lunes, 11 de octubre de 2010

Fernando Savater o el aristócrata platónico


“Los sabios hablan porque tienen algo que decir,

los tontos porque tienen que decir algo” – Platón -.

Recientemente un compañero de UPyD, Eduardo Gómez, publicaba en la web del partido un sabroso y espléndido artículo Las piedras reptantes del valle de la muerte en el que, desde mi óptica, resaltaba dos cosas: una muy interesante reflexión sobre el deterioro del lenguaje y la decadencia de las palabras, y otra muy preocupante sobre la evolución en el tiempo de las relaciones humanas, sociales e interpersonales y el quebranto que, con el transcurso de la historia, han ido sufriendo los valores humanos creando una grave altercación de la escala axiológica.

Andaba pues yo meditando sobre “aquestas porfías” cuando me vino a la memoria que en el bachillerato humanista de los años cincuenta – el que yo estudié – en la asignatura de Filosofía (porque entonces se llamaban asignaturas y no materias ni temas) y concretamente investigando a Platón se nos explicaba que para este grandísimo filósofo la aristocracia consistía en el gobierno del pueblo por “los mejores”, (aristos significa “el mejor” en griego clásico). Sin embargo en la actualidad el significado de este término se ha deteriorado para acabar identificando como aristocracia a la nobleza y a las clases altas que, por tradición o linaje, son reconocidas como tales en la sociedad actual. He aquí otra manifestación de la decadencia de las palabras y de la subversión del escalafón de los valores.

Evidentemente casi dos mil quinientos años después, la palabra aristocracia puede no significar lo mismo, empero para Platón el estado ideal era aquel en que "los filósofos deben convertirse en reyes (gobernantes)… o esos a los que hoy se llama reyes (gobernantes)… deben filosofar genuina y adecuadamente" (La República, 473c). Esto era para él la “aristo-cracia”.

Ni que decir tiene que me gustaría rescatar el significado original del término, tratando de casarlo con el de democracia, sistema que por cierto menospreciaba el propio Platón porque para él ésta no suponía la elección de los mejores candidatos para gobernar, sino que en ella todas las personas están habilitadas en igualdad de condiciones para acceder al poder, considerando por igual a trabajadores, vagos, intelectuales, estudiantes, delincuentes y ciudadanos honorables, por lo que el resultado no garantizaba la elección de los mejores gobernantes o mayorías cualitativas, sino de las masas o mayorías cuantitativas.

Quizá pudo ser cierto entonces pero me gustaría creer que esta situación ha cambiado con los tiempos. Hace ya algún que otro siglo que la acción política – la ideología de uno u otro signo – se ha venido inspirando en filósofos-ideólogos que han ido marcando los paradigmas desde los cuales se han desarrollado distintas acciones políticas, así Hegel, Engels, Adam Smith, Keynes, Friedman y otros han ido sembrando el germen sobre el que políticos y activistas sociales han desarrollado lo que luego ha dado lugar a ideologías tales como el socialismo, el capitalismo, el liberalismo y que por un simple efecto de ubicación en los hemiciclos han derivado en las tan manidas derechas, izquierdas y centros.

Tengo la certeza, la convicción, de que un nuevo paradigma ha entrado en lid para desplazar de una vez por todas las viejas ideologías. Hace ya casi veinte años que distintos pensadores, escritores de renombre, algún que otro círculo de opinión y foros de debate han venido advirtiendo, quizá con tímido acento, de la herrumbre que recubre el taño de estas trasnochadas ideologías. El pluralismo cultural, las imbricaciones de la economía mundial, la internacionalización de los mercados, el declive del marxismo, la desarticulación del capitalismo como elemento distorsionador y generador de una economía de clases, la globalización en su sentido más amplio, y el auge que cualitativa y cuantitativamente han experimentado las mal llamadas clases medias, irrumpiendo en las distintas sociedades como engranaje de mayor peso específico entre los otros dos estratos sociales, cada vez más reducidos y minoritarios, todos estos factores evidencian que las políticas, los políticos y las ideas precisan de una renovación, de un nuevo paradigma que es necesario hacer llegar a la conciencia de una sociedad que todavía no se ha dado cuenta de ello.

Por eso he querido rescatar la idea del gobierno de “los mejores” que ha permanecido olvidada durante más de dos mil años, de los aristócratas de la política, de los aristócratas platónicos, de políticos que “filosofen genuina y adecuadamente” que cambien los paradigmas y que cambien la sociedad. Solo que la «falta de sentido de Estado de las dos principales formaciones, obsesionados con mantener el establishment para que no cambie nada» y la proliferación de los «mangantes de la política, como uno de los principales problemas de España» como ha resaltado Rosa Díez, está propiciando un clima de desencanto que se constituye en caldo de cultivo para la aparición de políticos populistas, políticos desaprensivos, advenedizos oportunistas mediáticos y lo que es peor aún, la aceptación por parte de algunos foros de opinión de que la absoluta falta de formación y de cultura no supone inconveniente alguno para que aquellos que, de una u otra forma pretendan regir los destinos de los ciudadanos y ciudadanas, accedan a las instituciones.

Este es sin duda el gran reto de UPyD, hacer saber a los ciudadanos que lo que mayoritariamente anhelan ya está en el ideario de un partido político nuevo, joven y transversal como es Unión, Progreso y Democracia, conseguir que todos los estratos sociales, incluido el intermedio que constituye el basamento más estable, denso y consistente del Estado, lleguen a identificar a UPyD como aquel partido político que responde a unas aspiraciones todavía no satisfechas por nadie, abriendo de una vez por todas sus esperanzas hacia la convicción de que otra forma de hacer política es posible, más que posible, es real.

Es imprescindible contar con Fernando Savater para ello.