lunes, 21 de junio de 2010

DISCIPLINA O DEMOCRACIA

La mitad de la vida que he gozado hasta hoy transcurrió bajo la dictadura, la otra mitad bajo la democracia. Por ello puedo hablar de ambas experiencias quizá con mayor conocimiento de causa que aquellos que tienen la suerte de ser suficientemente jóvenes para haber conocido solo el último período. Yo tuve la fortuna de ser educado en libertad y jamás necesité la severidad paterno-materna, bastó con al disciplina que muchos padres jóvenes confunden con rigidez – hartos estamos de conocer situaciones familiares en las que, faltos de disciplina, la rebeldía de sus vástagos les hace claudicar a su dictadura – pero rigidez y disciplina son dos conceptos totalmente distintos, aquella anula la libertad y ésta fomenta la responsabilidad del libre.
Tal confusión prima en demasiadas esferas de la sociedad actual y por ello, con el único empeño de garantizar, o patentizar, su “talante democrático”, creen que la disciplina esta reñida con la democracia y no es así... ¡no es así! Esta confusión navega no solo entre grupos sociales que podríamos definir como ciudadanos silenciosos (jamás me ha agradado la denominación mediática de “ciudadanos de a pie”) sino también, y lo que es mas lúgubre, entre los políticos y aún si me apuran entre los gobernantes.
Tan solo hace apenas un año que el Tribunal de Estrasburgo vino a decirnos que lo de Batasuna ya estaba tardando, que el Gobierno español ha tenido legítimo derecho a defender su democracia dejando entrever, para quien sepa entender, que nuestros gobernantes lo podrían haber hecho hace ya treinta años. También éstos, cual padres jovenzuelos, han tenido injustificados escrúpulos con la disciplina, para así poder mantener – a costa de muchas vidas que pudimos habernos ahorrado – el “talante democrático” y ahora, en pleno cumpleaños de tan excelente sentencia, me entero de que algún político vasco – Jesús Eguiguren, por ejemplo – siente tentaciones de legalizarla de nuevo.
Parece que a estas alturas aún no ha entendido lo que significa la palabra “democracia”. Esta no consiste tan solo en permanecer indefinidamente abiertos al diálogo como vía de solución de los conflictos – que sí – sino ante todo en que todos acaten lo que determinen las instituciones que entre todos nos dimos sobre aquello que es de su competencia. En eso consiste la disciplina, que viene después de la democracia y sirve además para garantizarla, en respetar y acatar las normas que entre todos nos hemos dado por esa misma vía democrática, y hablo por supuesto de la vigente Constitución española que nada impide modificarla, como ella misma contempla, si se dan las condiciones establecidas, pero sin romper la disciplina que el propio sistema democrático impone mediante la mayoría parlamentaria cualificada necesaria.
El diálogo es como mínimo cosa de dos, si son menos se transforma en monólogo, y tras treinta y algún años intentándolo, incluso por Gobiernos de diferente color, ya tenía el Sr. Eguiguren que haberlo comprendido.
No debemos permitir que sota la falacia de democracia se amague el afán de destruir la disciplina, porque entonces entraríamos en algo que Gustavo Bueno no dudaría en calificar de fundamentalismo democrático.

Sin disciplina no hay democracia y sin democracia no hay libertad.
No se puede decir más alto porque está por escrito, ni más claro porque por escrito... está.

El ejercicio democrático es el que realizan los partidos políticos en el Parlamento, en la sociedad, en la calle... pero es peligroso confundir democracia con ausencia de disciplina, es peligroso confundir a la opinión pública con la malhadada idea de que la disciplina implica falta de libertad, porque si al fin no hay disciplina – respeto a las normas emanadas de leyes y sentencias constitucionalmente legitimadas – no hay democracia, y sin democracia nunca ha habido ni habrá libertad.
Joel Heraklión Silesio

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